Por Papi del Cole Nº1 (Anónimo)
Mira, yo era feliz. Un tipo normal, con mis rutinas, mi cervecita post-curro, mis fines de semana de parrilla y sobremesa eterna. Hasta que un día cometí el error de decir en la puerta del cole: “Yo antes jugaba al tenis”. Se hizo el silencio. Algún padre levantó una ceja. Sentí miradas penetrantes clavarse en mí como si hubiera dicho “creo que la tierra es plana”. No lo sabía, pero acababa de firmar mi sentencia.
Primer Partido: Bienvenidos a la Humillación
En 48 horas, me habían metido en un grupo de WhatsApp con el título “Pádel Papás Nivel Serio”. Claro, con esa confianza de extenista venido a menos, acepté sin miedo. Craso error.
Me encontré en una pista acristalada, flanqueado por tres tíos que hablaban de “bandejas”, “víboras” y “chiquitas”. Yo pensé que habían venido a hacer cócteles y que me habían metido en la despedida de soltero de alguien.
En el primer punto, pegué un revés cruzado que fue directo al cristal y rebotó hasta Torrelodones. Los otros tres se miraron en silencio. En el segundo, corrí hacia la red como si estuviera en Roland Garros y me comí un globo que pasó 3 metros por encima de mi cabeza. A correr hacia atrás sin saber ni dónde estaba la bola. El resto del partido fue un monólogo de insultos en mi cerebro y el sonido de mi dignidad resbalando lentamente por el cristal lateral.
De Pringado a Yonki del Playtomic
Los primeros cinco partidos fueron un circo de caídas, golpes con la pala y bolas que nunca llegaban donde quería. Pero me enganché. A los 44, después de 20 años sin tocar una raqueta, me encontré gritando “¡buen globo!” y “¡ostrás tú, que casi la saco x3!” como si llevara una vida entera en esto.
Hoy, dos años después, llevo 120 partidos en Playtomic y 200 pachangas con los colegas. El algoritmo de la app ya no sabe dónde meterme. A veces me da rivales nivel Dios, otras veces me empareja con tipos que parecen tener ataques de epilepsia en la pista. Mi mujer cree que tengo una amante, pero lo único que hago es quedar con un tipo llamado Javi que me revienta al tercer set cada miércoles.

La Obsesión Llega a Casa
La cosa empezó a descontrolarse cuando me sorprendí viendo vídeos de bandejas en YouTube a las 2 de la mañana. O peor aún, analizando palas en foros como si estuviera comprando un coche de lujo.
Un día mi mujer me encontró en la cocina con una pala en la mano. Me estaba grabando con el móvil, repitiendo el gesto de la viborita una y otra vez contra la nevera. Me miró en silencio. No dijo nada. Simplemente bajó la cabeza y se fue a dormir. Creo que en ese momento asumió que me había perdido para siempre.
El Punto de No Retorno
El verdadero punto de inflexión llegó cuando, después de un partido épico en el que gané en tres sets con un x3 de otro planeta, volví a casa y me encontré explicándole la jugada a mi mujer… con palillos chinos y un trozo de pan como bola. No me estaba escuchando. A los diez minutos, empezó a preguntarme que qué queríamos cenar. Ahí entendí que el pádel había ocupado la parte del cerebro donde antes tenía pensamientos normales, como hacer la declaración de la renta o recordar aniversarios.
Para cuando me quise dar cuenta, ya había metido a mis hijos en clases de pádel sin preguntarles. Mi hija de 7 años quería hacer flamenco, pero ahora sabe hacer una contrapared de revés (que a mi todavía no me sale). Mi hijo, que hasta hace poco no distinguía una pala de una sartén, ya me pide una NOX “como la de Tapia”.
Reflexión Final: No Hay Salida
El pádel es un agujero negro. Crees que puedes jugar de vez en cuando, pero de repente tienes 3 palas, un paletero del tamaño de un cadáver y estás buscando zapatillas con suela clay a las 3 de la mañana mientras cuelgas un partido en playtomic para el jueves por la tarde, que mi mujer no tiene boxeo ese día y los críos salen pronto de extraescolares.
Si alguien en la puerta del cole menciona que jugó al tenis, actuad con naturalidad, evitad el contacto visual y cambiad de tema. Si insiste, cambiad de tema, fingid un ataque de tos o que os ha sonado el móvil. No entréis en su juego. Es un billete solo de ida. Y si no podéis resistiros… bueno, nos vemos el sábado en la pista, con una pala nueva y una excusa preparada para la familia.